La Relatora Especial de las Naciones Unidas en el campo de los derechos culturales y autora de Su Fatwa no aplica aquí: historias no contadas de la lucha contra el fundamentalismo musulmán habla de lo que moldeó su visión del mundo y la importancia de defender los derechos artísticos.
SW: Ha hablado y escrito sobre cómo la experiencia de su familia bajo la represión en Argelia le inspiró a trabajar en el campo de los derechos humanos.
KB: Hay períodos de tu vida que te marcan para siempre, que cambian tu trayectoria y dan forma a tu visión del mundo. Para mí esos fueron los períodos de mi vida que pasé en Argelia, que era la patria de mi padre. Nos mudamos allí a finales de los años setenta, hacia el final del período socialista, y vivir allí me dio la sensación de formar parte de un país muy joven: Argelia había sido independiente por tan sólo 15 años. Luego pasé un período de tiempo yendo y viniendo durante los años noventa, una época de extrema violencia fundamentalista que los argelinos llaman la «década oscura». Grupos armados que buscaban tomar el poder, incluido el Grupo Islámico Armado (GIA), precursor del actual llamado Estado islámico, estaban atacando a la sociedad, atacando a la cultura y atacando a los intelectuales.
Esto tuvo un impacto en mi familia porque mi padre, Mahfoud Bennoune, era profesor universitario, francamente crítico del fundamentalismo y decidido a defender el país que él y otros habían ayudado a construir. Formó parte del movimiento de independencia y pasó 4,5 años como prisionero de guerra en manos de los militares franceses durante la Guerra de Independencia de Argelia de 1954-1962. Así, en los años noventa se había comprometido a salvar a este joven país por el que tantos argelinos se habían sacrificado. Lo que más me marcó fue ver de cerca lo que es cuando alguien que se enfrenta a una extrema presión y a amenazas, cuyos colegas y amigos están siendo asesinados por grupos armados fundamentalistas, aún se niega a ser silenciado. Mi padre simplemente no paraba de hablar, incluso cuando nosotros, como su familia, hubiéramos a veces preferido que lo hiciera. Simplemente no lo hacía.
¿Qué encontró al regresar a Argelia?
Una gran parte de mi trabajo ha sido volver y tratar de entender el trabajo que los argelinos hicieron entonces – activistas, intelectuales, artistas, gente común – resistiendo el fundamentalismo en un momento en que el mundo les ofrecía muy poca simpatía o apoyo. Volví a investigar y leer lo que los periodistas en el país habían estado escribiendo en ese momento. Encontré muchas cosas extraordinarias. Un ejemplo son los periódicos que fueron escritos en las ruinas de la Casa de Prensa en Argel el día después de que hubiera sido el blanco de una camioneta de 1996 que mató a 18 personas e hirió a 58, entre ellos periodistas. Los periodistas igual se reagruparon y sacaron sus periódicos al día siguiente. Encontré una nota increíble que fue escrita por una periodista argelina ese día – su nombre es Ghania Oukazi. Ella preguntó: «Una pluma contra Kalashnikov. ¿Existe una lucha más desigual? «. Y luego respondió a su propia pregunta, diciendo «Lo que es seguro es que la pluma no se detendrá».
¿Qué lecciones podemos aprender de esos días?
Un aspecto importante de esto es escuchar. Necesitamos escuchar a las personas con experiencia directa y darles la palabra. Lo que me parece asombroso es que mientras todas estas discusiones sobre el extremismo continúan, nadie parece demasiado interesado en escuchar lo que piensan los comentaristas, los expertos y la gente común que ha estado viviendo en la primera línea de la violencia fundamentalista o en la lectura de lo que han estado escribiendo. Hay cosas concretas que se pueden hacer, como proporcionar asilo a las personas en riesgo, financiar iniciativas de la sociedad civil sobre el terreno donde pueden hacer una gran diferencia. Digo apoyar iniciativas en todo el espectro, desde lo simbólico hasta lo más concreto.
Agradezco a organizaciones como la UNESCO que al menos lograron elevar la moral al condenar los ataques fundamentalistas de los años 90 contra los intelectuales en Argelia (lo que se ha llamado un «intelectocidio» en declaraciones y comunicados). Pero no lo hicieron suficientes organizaciones, y el movimiento internacional de derechos humanos en particular fracasó en Argelia en ese momento.
Algunos afirman que el hecho de condenar el extremismo fundamentalista y pedir que se someta, está restringiendo la libertad de expresión. ¿Cuál es su respuesta?
Hay dos partes diferentes en su pregunta. Por un lado, ¿es buena la condena de estas acciones? Claro, absolutamente. En mi último informe al Consejo de Derechos Humanos sobre el fundamentalismo, el extremismo y los derechos culturales, hablo de la importancia de condenar sistemáticamente los ataques fundamentalistas y extremistas sobre, entre otros, los derechos culturales y desafiar la ideología fundamentalista y extremista como algo que debemos absolutamente hacer. Pero también hablo de lo importante que es que una forma de fundamentalismo o extremismo no sea justificación para otra. De hecho, lo que estamos viendo es un fenómeno terrible, lo que se ha llamado la «radicalización recíproca», donde un grupo extremista -digamos el Frente Nacional en Francia- usa la existencia y retórica de otro –digamos el Estado Islámico- para intentar justificar su propia campaña contra los inmigrantes y así sucesivamente. Esto es completamente inaceptable. Lo que debemos hacer es salir de este círculo vicioso, porque lo que realmente me mantiene despierta en la noche es la idea de que le dejaremos un mundo a los jóvenes en el que todo lo que parecen tener es la triste elección entre extremismos que compiten entre-sí. Los derechos humanos consisten en asegurarse de que otras alternativas mejores son posibles.
¿Qué hace un Relator Especial en el ámbito de los derechos culturales?
Cada año, los Relatores elaboran informes temáticos sobre cuestiones relacionadas con nuestros mandatos, tal como los interpretamos, en mi caso uno a la Asamblea General en Nueva York y otro al Consejo de Derechos Humanos en Ginebra. El primer año me centré en la destrucción intencional del patrimonio cultural, y este año en la repercusión en los derechos culturales de las diversas formas de fundamentalismo y extremismo, tema sobre el cual presenté un informe al Consejo de Derechos Humanos en la primavera. Presentaré otro informe a la Asamblea General en el otoño enfocado en el fundamentalismo, el extremismo y los derechos culturales de las mujeres, en particular. Estoy examinando el impacto en los derechos culturales del fundamentalismo y el extremismo en todos los ámbitos, incluido el extremismo de extrema derecha en el oeste, y el fundamentalismo budista, hindú, judío y musulmán, así como el fundamentalismo cristiano que está entre los fundamentalismos políticamente más poderosos. También hay muchos otros temas que me gustaría explorar en el futuro.
El fundamentalismo y el extremismo son claramente grandes preocupaciones para usted. ¿Hay otras áreas que consideras que afectan la libertad artística?
La libertad artística es una preocupación clave y he estado dando seguimiento a las recomendaciones hechas en el informe de 2013 sobre la libertad de expresión artística de mi predecesora Fareeda Shahid. Me ha preocupado mucho el hecho de que en algunos de los casos que he abordado y sobre los que he comunicado con los gobiernos, los individuos en cuestión sigan languideciendo en la cárcel o de lo contrario estén en peligro. Uno de esos casos es el de los hermanos Rajabian en Irán, artistas que dirigían la casa de producción musical Barg. Estoy especialmente preocupada porque uno de ellos tiene problemas de salud. Se está usando un eslogan para hacer campaña en su caso: #ArtIsNotaCrime (el arte no es un delito). Estos hombres están en la cárcel simplemente por el delito de hacer arte y eso es totalmente inaceptable. Deben ser liberados inmediatamente.
¿Cómo han respondido los Estados al informe que entregó al Consejo de Derechos Humanos de la ONU a principios de este año?
¡Realmente me sorprendió la respuesta positiva a mi informe! Esperaba ser criticada duramente porque nombro países donde hay preocupaciones con respecto al fundamentalismo, el extremismo y los derechos culturales, incluyendo países como India, Arabia Saudita, Rusia y Estados Unidos. Con respecto a este último, hablé sobre las amenazas a las instituciones educativas y minorías después de las elecciones del pasado otoño. El informe se terminó en diciembre, así que no pude incluir las cosas que sucedieron después de eso. Hablo de la violencia y la retórica en el Reino Unido post-Brexit, en la medida en que algunas personas dijeron tener miedo de hablar en sus idiomas nativos – en particular polaco – en público. Notablemente, el único Estado que desafió abiertamente el informe fue Rusia, quien dijo que el extremismo no tiene nada que ver con los derechos culturales. Esto es irónico porque en realidad el fundamentalismo y el extremismo son uno de los mayores obstáculos -aunque sean sólo uno de los muchos obstáculos- que percibimos ahora en todo el mundo para el avance de los derechos culturales.
Una de las declaraciones que encontré más emocionante fue la de Libia, a la luz del papel del fundamentalismo en ese país en este momento. Está siendo destrozado, aunque casi nadie parece estar prestando atención internacionalmente. Lo que me llamó la atención fue su exigencia de rendición de cuentas, de rendición de cuentas por parte de quienes llevan adelante abusos fundamentalistas y extremistas contra los derechos humanos. En mi respuesta, estuve totalmente de acuerdo con este llamamiento y también exigí que rindieran cuentas aquellos -incluidos otros gobiernos en otros lugares- que financian los movimientos que están llevando a cabo estos crímenes.
¿Qué piensa acerca de incorporar los derechos de los artistas a la esfera de los derechos humanos?
El derecho a la «libertad indispensable para la actividad creativa» está claramente garantizado por el derecho internacional de los derechos humanos. Hay algunos desafíos muy reales que enfrentamos en la construcción de redes entre aquellos que trabajamos en derechos humanos, incluyendo la libertad de expresión artística, y diversos artistas, para hacer de la ONU un espacio relevante para los artistas y desarrollar una comprensión general sobre los derechos culturales. Necesitamos utilizar la cultura en defensa de los derechos culturales. Cuando entregué mi primer informe, sorprendí a la gente leyendo parte de un poema frente al Consejo de Derechos Humanos. Mi sueño es intentar organizar un concierto en Nueva York durante la Asamblea General en torno a mi próximo informe sobre el fundamentalismo y el extremismo y los derechos culturales de las mujeres. Pero, por supuesto, ¡eso depende de la financiación y de las visas!
Participé en una sesión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de las Naciones Unidas en marzo, con mujeres poetas de África, y hablé de cómo el hecho de ser poeta es una forma de ejercer los derechos humanos y lo importante que es. Uno de los poetas me dijo: «Nunca he oído a nadie decir eso». Es una cuestión de reunir estos discursos, reunir a las personas que trabajan en el ámbito de los derechos humanos con los artistas. Es muy importante encontrar un lenguaje a través del cual podamos hablar y entendernos.
Lo que debemos hacer es salir de este círculo vicioso, porque lo que realmente me mantiene despierta en la noche es la idea de que le dejaremos un mundo a los jóvenes en el que todo lo que parecen tener es la triste elección entre extremismos que compiten entre-sí.