El periodista de campaña y promotor de los derechos humanos, Azimjon Askarov, era el preso más famoso de Kirguistán.
Era el único que luchaba contra la corrupción en el cumplimiento de la ley… para la policía, era el enemigo público número uno.
El periodista de campaña y promotor los derechos humanos, Azimjon Askarov, era el preso más famoso de Kirguistán; era también víctima de la corrupción judicial que él investigaba. En septiembre de 2010, a pesar de la escasez de pruebas en su contra, Askarov fue condenado por incitación al odio étnico, organización de desórdenes masivos, y complicidad en el asesinato de un oficial de policía. Se le dio una sentencia de por vida.
Askarov era miembro de la minoría étnica uzbeka de Kirguistán. Originalmente pintor y decorador, comenzó a investigar y escribir sobre los abusos de derechos humanos y sobre corrupción judicial en el sur de Kirguistán a mediados de los años 90. Rápidamente se dio cuenta de que su odio hacia la injusticia sólo era igualado por su olfato para una buena historia, y sus informes para los sitios web de noticias regionales Voice of Freedom y Ferghana News crearon un gran revuelo; también le hicieron ganar muchos enemigos entre las autoridades locales.
Abdumomun Mamaraimov, editor en jefe de Voice of Freedom, dijo del periodista: «Era el único que luchaba contra la corrupción en el cumplimiento de la ley; destapó al menos cinco muertes a manos de agentes de policía. Publicó esta información de forma independiente o se la pasó a Voice of Freedom. Sé que al menos un fiscal y diez policías fueron despedidos debido a los informes de Askarov; para la policía, era el enemigo público número uno».
Askarov fue detenido durante el estallido de violencia interétnica que se extendió por el sur de Kirguistán en el verano de 2010. La tensión de los grupos étnicos entre la (mayoría) kirguisa y la (minoría) uzbeka en el sur de Kirguistán ya había aumentado, pero nadie podría haber imaginado que una pelea en un casino en junio entre los miembros de estos dos grupos encendería la orgía de saqueo y salvajismo que envolvió las ciudades de Osh y Jalal-Abad aquel verano, dejando entre 450 y 500 muertos, miles de heridos y cientos de miles desplazados.
La violencia expuso el sentimiento anti-uzbeko que es tan frecuente en todas las áreas del sistema de justicia de Kirguistán: la mayoría de los muertos, de los que fueron robados o de los que terminaron heridos eran personas de etnia uzbeka; la mayoría de los detenidos, acusados y condenados eran también personas de la etnia uzbeka. Hubo informes de que soldados y policías (la fuerza de policía es casi en su totalidad de la etnia kirguisa), armaron a los alborotadores kirguises y tomaron parte activa en los ataques contra los uzbekos.
A lo largo de los disturbios, Askarov trabajó casi sin parar, documentando los homicidios, los robos e incendios. El 13 de junio de 2010, mientras asistía a la escena del asesinato de un policía, Askarov fue testigo de disparos reales por parte de agentes hacia una multitud de etnia uzbeka; tomó fotografías y visitó la morgue local para identificar los cuerpos. En los días que siguieron, entrevistó a los heridos en el hospital local y compartió la información con periodistas y defensores de derechos humanos.
En un ambiente tan tenso y letal, Askarov – un uzbeko que expone la corrupción policial – se encontraba doblemente en riesgo.
Askarov fue detenido el 15 de junio de 2010. En un primer momento, la policía quería su ayuda en la construcción de casos penales contra dirigentes de la comunidad uzbeka local y le exigió que entregara su cámara y materiales. Se negó, y fue sometido a una serie de golpizas salvajes que se prolongaron durante días. Durante ese tiempo fue acusado de complicidad en el asesinato de un oficial de policía y varios otros crímenes de Estado.
Su juicio fue rápido y marcado por nuevos actos de violencia: oficiales de policía lo golpearon a él y sus co-acusados en la sala del tribunal. Su condena fue ampliamente reprobada por organizaciones de derechos humanos, órganos intergubernamentales y otros observadores independientes. Se iniciaron campañas de promoción pública y privada.
El juicio de Askarov fue declarado improcedente por el Comité de la ONU para la Eliminación de la Discriminación Racial, y «motivado políticamente» por el Procurador de los Derechos Humanos de Kirguistán (quien también puso de relieve la falta de pruebas contra el periodista). En 2012, el Relator Especial de la ONU sobre la Tortura visitó a Askarov en la cárcel y expresó su preocupación por la denegación de justicia al periodista. En el mismo año, la ONG Médicos por los Derechos Humanos (PHR), previo examen de los registros médicos de Askarov, llegó a la conclusión de que Askarov mostraba signos clínicos de lesión cerebral traumática y trastorno de estrés post traumático que eran consistentes con el hecho de ser torturado bajo custodia. El 31 de marzo de 2016, el Comité de Derechos Humanos de la ONU halló que Askarov había sido detenido arbitrariamente, recluido en condiciones inhumanas, torturado e impedido de preparar una defensa para el juicio; el Comité pidió que su convicción se anulara y que Askarov fuera liberado.
En julio de 2016, el Tribunal Supremo de Kirguistán revocó una decisión de 2011 de denegarle el derecho de apelar la sentencia de cadena perpetua y se abrió una audiencia de apelación ante el Tribunal Regional de Chui el siguiente mes de octubre. Hubo esperanzas de que los años de promoción en nombre de Askarov por organizaciones de derechos humanos, gobiernos y organismos internacionales tuvieran algún efecto. A pesar de la evidencia de una coacusada que dijo haber sido coaccionada para declarar en contra de Askarov, y de que su abogado recibiera amenazas de muerte por defender a su cliente, el tribunal confirmó la condena a cadena perpetua de Askarov el 24 de enero de 2017. Askarov también testificó que había sido golpeado, sometido a humillaciones y amenazas de muerte cuando estaba detenido por la policía en 2010. El panel de jueces que presidía el caso rechazó sus reclamaciones, calificándolo de «mentiroso».
En una declaración del 25 de enero de 2017, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein, dijo que la sentencia era «profundamente preocupante y pone de relieve graves deficiencias en el sistema judicial del país», y añadió que fue «realmente desafortunado» que el tribunal no considerara las acusaciones de que Askarov de que había sido torturado.
El 13 de mayo de 2020, el Tribunal Supremo confirmó la cadena perpetua de Askarov en su apelación final. Esto significó que podia esperar pasar el resto de su vida tras las rejas.
Askarov, de 69 años, padecía varias enfermedades crónicas y, con la llegada del COVID-19, su salud corría un mayor riesgo en el sistema penitenciario de Kirguistán. Human Rights Watch, que había estado exigiendo la liberación de Askarov desde que fue encarcelado en el 2010, pidió su liberación en marzo de 2020 por motivos de salud. En julio, Askarov experimentó un alarmante deterioro de su salud, al parecer sufría fiebre y dificultades respiratorias. Falleció a los pocos días.