IFEX observa una corriente interminable de denuncias de personas que responden con violencia frente a expresiones de otras. Esa violencia se dirige contra defensoras de derechos humanos, contra periodistas y también contra otras personas por la identidad de género que manifiestan.
Este artículo fue publicado originalmente en AWID.ca el 6 de diciembre de 2016
La Secretaría de IFEX ocupa el centro de una red global que incluye a más de 100 organizaciones dedicadas a defender y promover la libertad de expresión. Desde ese lugar, observamos una corriente interminable de denuncias de personas que responden con violencia frente a expresiones de otras.
Esa violencia se dirige contra defensores de derechos humanos, contra periodistas y también contra otras personas por la identidad de género que manifiestan.
Por eso no resulta sorprendente que esta violencia esté cobrando magnitudes cada vez mayores y que tenga aspectos de género cuando se trata de mujeres que también son periodistas y que casualmente informan sobre situaciones relacionadas con derechos humanos. No es sorprendente, pero sí profundamente perturbador.
Antes de abocarnos siquiera al hecho de que se trata de actos atroces, es importante señalar que el mundo necesita de las mujeres periodistas. Como dicen las autoras en la introducción a Violence and harassment against women in the news media: A global picture [Violencia y acoso contra las mujeres en los medios de comunicación: Un panorama global — informe solo en inglés]: “Las mujeres periodistas tienen una larga historia en la profesión y ha habido corresponsales mujeres arriesgando sus vidas para dar noticias desde por lo menos 1849, cuando Margaret Fuller cubrió la invasión de Roma por las tropas francesas de Luis Napoleón”.
Las mujeres periodistas son una pieza fundamental para que se pueda contar la historia desde todos los ángulos.
En su artículo publicado en el informe Attacks on the Press: Gender and Media Freedom Worldwide [Ataques contra la prensa: Género y libertad de los medios en el mundo — informe solo en inglés], del Comité para la Protección de los Periodistas, Erin Banco describe cómo a veces el hecho de ser mujer la colocó en desventaja pero otras veces le ayudó a acceder a historias que de otra manera nunca hubieran llegado a los medios.
“Por otro lado, para mis colegas masculinos no es tan fácil como para mí hablar con fuentes mujeres, sobre todo con las que viven en situaciones precarias como campamentos de personas refugiadas, zonas de guerra o campos de entrenamiento. Por ser mujer, yo puedo acceder a mis congéneres y a las niñas a las que a menudo les piden que se queden en la habitación de al lado mientras yo entrevisto a su padre, hermano o tío.
Al ser mujer, puedo sentarme con una madre y sus niñas sin la presencia de su esposo y hablar con ella francamente. Puedo preguntarle por su vida cotidiana y cómo se las arregla para salir adelante cada día. Es común que las mujeres se sientan cómodas conversando conmigo acerca de su estado mental y de cómo luchan contra el trastorno de estrés postraumático. Me hablan de noches sin dormir y de cómo se orinan en la cama cada vez que pasa un avión. Hablar con periodistas mujeres las hace sentir contenidas debido a la fuerte segregación entre hombres y mujeres en su propia cultura. Esa contención me da acceso a historias que muestran un arco más amplio de consecuencias del conflicto de las que podrían registrar los periodistas que solo entrevistan a soldados”.
De Mae Azongo, una de las pocas mujeres periodistas en Liberia, que aborda el tema tabú de la mutilación genital femenina, y Caddy Adzuba, que informa sobre cientos de miles de víctimas de violación en la República Democrática del Congo (RDC), a Esther Htusan, nacida y criada en el estado de Kachin, Birmania, que ganó el Premio Pulitzer de Periodismo de Servicio Público en 2016 junto con su equipo de cuatro mujeres periodistas por sus informes sobre una investigación internacional sobre la industria pesquera en el sudeste asiático – por nombrar solo a algunas entre muchas más – el trabajo de las mujeres periodistas se extiende mucho más allá de las fronteras de las zonas de guerra.
Lamentablemente, lo mismo ocurre con los ataques contra ellas.
Y si bien por desgracia la violencia es una realidad para muchas periodistas, cuando su blanco son las mujeres las agresiones, ya sean verbales o físicas, tienen un sesgo de género muchas veces evidente.
Un caso muy público que también constituye un ejemplo clarísimo de cómo pueden resultar útiles el apoyo y la colaboración con la sociedad civil — en este caso, la ONG colombiana Fundación por la Libertad de Prensa (FLIP) — es el de la galardonada periodista de investigación Jineth Bedoya Lima. En mayo de 2000, Bedoya Lima fue secuestrada, torturada y sometida a agresiones sexuales mientras investigaba acerca de la violencia en una prisión de máxima seguridad que involucraba a funcionarios estatales y grupos paramilitares en Colombia. Fue una agresión espeluznante y se convirtió en un caso emblemático de impunidad. Solo ahora, 15 años después, se ha responsabilizado a alguien por estos delitos. Desde que fuera agredida, Jineth se ha convertido en una firme defensora de los derechos de las mujeres en Colombia, particularmente a través de su campaña “No es hora de callar” que lleva el tema de la violencia sexual contra las mujeres a la conciencia pública.
Este año, una vez más, hay varias periodistas mujeres entre las homenajeadas en el Tributo a las defensoras de derechos humanos que organiza la Asociación para los derechos de las mujeres y el desarrollo (AWID).
A una de ellas, Anabel Flores Salazar, IFEX le dedicó un artículo en febrero de 2016.
Como ocurre con muchas otras periodistas en México, la historia de su desaparición comenzó con un secuestro repentino por parte de un grupo de atacantes armados. Anabel Flores Salazar era una periodista de casos policiales que trabajaba en una zona muy peligrosa del país. Su historia concluye de una forma que es también demasiado conocida: la encontraron muerta, a muchos kilómetros de su casa.
La Representante de la OSCE para la Libertad de los Medios, Dunja Mijatović, alertó sobre las amenazas cada vez mayores a que se enfrentan las periodistas mujeres en línea:
“Como constantemente se las señala y se les dirigen comentarios abusivos, muchas periodistas mujeres pueden recurrir a repensar qué temas van a cubrir. Por esto, esta clase de agresiones constituye una amenaza clara y concreta para la existencia de medios libres y para la sociedad como un todo”.
En 2016, la OSCE difundió una serie de recomendaciones (solo en inglés) para hacer frente a estos abusos.
No hay dudas: las necesitamos. Y ellas nos necesitan.
¿Qué se está haciendo, y qué más se puede hacer, por las periodistas mujeres?
Según la Federación Internacional de Periodistas, que representa a 600 000 periodistas de todo el mundo, el 70% de las mujeres que trabajan en los medios sostienen que sus organizaciones no encaran ninguna acción para proteger su seguridad.
Para ganar esta batalla, tenemos que garantizar que el activismo esté presente cada día, los 365 días del año.
En la red de IFEX hay muchas organizaciones que, por su cuenta o en coalición con otras, concientizan acerca de este tema, monitorean amenazas y las denuncian, consiguen que los medios se involucren en la búsqueda de soluciones y hacen incidencia ante los gobiernos para que hagan lo que deben hacer y pongan fin a la impunidad frente a estos crímenes.
Durante los 16 días de activismo contra la violencia de género, honoramos a las valientes periodistas mujeres que han perdido sus vidas.
Honoramos a estas mujeres. Y no queremos que cada año sean más.
Por eso, aprovechemos este momento para honorar también a las muchas personas, grupos y redes que están trabajando para garantizar que las futuras generaciones de mujeres periodistas nunca tengan que aceptar estos riesgos como “parte del oficio”.
No hay dudas: las necesitamos. Y ellas nos necesitan. ¿Qué se está haciendo, y qué más se puede hacer, por las periodistas mujeres?
Caddy Adzuba recibe el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014 en Oviedo, España, 24 de octubre de 2014. REUTERS / Eloy Alonso