PEN Internacional habla con el escritor hondureño y ex ministro del Interior, Víctor Meza acerca de las ganancias imprevistas del golpe de Estado de 2009 para la cultura, la creatividad y la resistencia en Honduras.
Actualmente Director del Centro de Documentación de Honduras (CEDOH www.cedoh.org), un think tank con sede en la capital de Honduras, Tegucigalpa, Meza fue Ministro del Interior durante la presidencia de José Manuel Zelaya, quien fue depuesto y forzosamente deportado en un golpe de Estado el 28 de junio de 2009. Más recientemente, Meza fue coordinador de la Comisión de Reforma a la Seguridad Pública (CRSP), encargada de eliminar la corrupción en las fuerzas de seguridad y el sistema de administración de justicia, que fue disuelta en marzo de 2014, un año y medio antes de cumplir su mandato mínimo de tres años.
Meza habló con Tamsin Mitchell, Investigadora para Américas de PEN International, sobre los corrientes inconscientes de cambio en el entorno cultural y político de Honduras tras el golpe.
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“La cultura es la Cenicienta del presupuesto nacional de Honduras. Ningún gobierno en los últimos años se ha interesado realmente en el mundo de la cultura —es un tema secundario aquí. La cultura tiene menos recursos que todos los demás ministerios y ahora ha sido degradada a nivel de simple Dirección. El Estado y la clase política no valoran la cultura; no es un elemento importante en la vida pública nacional. Es triste, pero así es. La importancia de la vida cultural depende mucho de la persona que sea nombrada ministro, de si es alguien sensible, inteligente. Si es así, las cosas son mejores —pero aún queda el problema del presupuesto.
“De 1994 a 1998, el Ministro de la Cultura fue Rodolfo Pastor Fasquelle y éste fue un período positivo para la política cultural de Honduras. Volvió a este trabajo de nuevo cuando fue nombrado Ministro de Cultura por segunda vez por [el ex presidente] Zelaya [en 2006]. Pero esta mejora fue más el resultado del ministro y su personalidad, que de la política del gobierno. Casi ningún gobierno se ha preocupado realmente por diseñar una “política cultural”. La cultura debe tener más importancia en una sociedad moderna y democrática. La clase política no se interesa, la cultura es [vista como algo] más [por] los intelectuales.
“Hasta hace cinco años la intelectualidad hondureña estaba menos involucrada en la política que en cualquier otra parte de América Central. Esto no es cierto ahora. El período transcurrido desde el golpe de Estado ha sido uno de los más importantes en términos culturales. Cada vez más, los intelectuales se han involucrado en el movimiento de resistencia al golpe de Estado; han aceptado un compromiso con la necesidad de un cambio social.
“Honduras nunca ha sido tan vigorosa intelectualmente hablando, en comparación con el resto de América Central; el país no tuvo los movimientos revolucionarios que los demás países conformaron; no tuvo una izquierda fuerte e independiente como Guatemala, Nicaragua y El Salvador. Entre los mejores intelectuales de Honduras en el siglo XX, apenas uno o dos estuvieron comprometidos a fondo con causas políticas revolucionarias. Sólo un intelectual hondureño fue encarcelado en el transcurso del siglo 20 a causa de sus ideas: el poeta Pompeyo del Valle, que fue el director de un periódico clandestino y un militante comunista. Por el contrario, fueron encarcelados, asesinados y exiliados numerosos intelectuales en Nicaragua, Guatemala y El Salvador.
“Así que la importancia del golpe de Estado en Honduras viene del hecho de que se ha producido un cambio en esta situación y ha abierto las puertas a los intelectuales, poetas, pintores y músicos en términos de resistencia. Me sorprendí cuando después del golpe vi a jóvenes pintores estampando grafitis en las paredes, músicos cantando canciones con la población, poetas escribiendo sobre la resistencia. Era la primera vez que veía algo así en mi país.
“Yo comparo la resistencia [posgolpe] con la rebelión espontánea del mayo francés en 1968; por supuesto, guardando las diferencias del caso y del tiempo histórico. El liderazgo del movimiento, atrapado todavía en la telaraña de la guerra fría, no acababa de entender a fondo la nueva naturaleza del movimiento social, su imaginación creadora, su espontaneidad maravillosa, su pluralismo y antidogmatismo ideológico. El golpe de Estado fue la confluencia de un punto de llegada y un punto de salida. Aquí [en el Centro de Documentación de Honduras] hemos analizado el impacto político, social y económico del golpe de Estado en Honduras —pero no su impacto en la cultura. Este es un déficit de la investigación científica. Tenemos que mirar el impacto en la mente de la gente —este es un reto que tenemos que cumplir.
“El golpe de Estado se produjo porque las élites tenían miedo de la convocatoria a la movilización social que el presidente Zelaya había hecho en la última fase de su mandato gubernamental. Zelaya quería una nueva arquitectura constitucional porque la actual Ley Fundamental, diseñada en otro tiempo histórico, hace más de tres décadas, ya no respondía a las urgencias de la actual sociedad hondureña ni facilitaba los flujos de la nueva dinámica política y social en la Honduras de hoy. Se ha convertido en un obstáculo para los cambios que el país necesita. Las élites empresariales, políticas, religiosas y militares tuvieron miedo de las nuevas corrientes de autoinclusión social que Zelaya, voluntaria o involuntariamente, despertaba y estimulaba en la comunidad nacional.
“En el momento del golpe de Estado yo era Ministro de Gobernación y Justicia (hoy Ministro del Interior) y tenía acceso a información privilegiada. Así que puedo decir que el golpe fue preparado muy improvisadamente, no estaba muy bien organizado y no había capacidad de predecir sus consecuencias. Era lo que llamamos un “golpe light”, ya que no se esperaba que sus resultados se tradujeran en un dominio prolongado del poder por parte de los militares. El ejército sólo fue un instrumento, no fue un planificador ni un organizador. Los verdaderos conspiradores se escondían dentro de las élites políticas y empresariales del país.
“Pero ese golpe, mal preparado y peor ejecutado, en la práctica, permitió paradójicamente que el país diera un salto hacia adelante, al catapultar la conciencia de la población en contra del militarismo y a favor del cambio y la transformación. El golpe de Estado produjo importantes cambios culturales, positivos y necesarios, en la mente colectiva de gran parte de los hondureños, sobre todo entre los jóvenes y las mujeres.
1. Los golpistas dicen que derrocaron al gobierno constitucional para salvar la democracia. Pero, de hecho, destruyeron la poca democracia que habíamos construido en 30 años. El sistema bipartidista que había existido durante 100 años funcionaba por el bien de la tranquilidad de las elites. El golpe rompió el equilibrio bipartidista e introdujo un saludable caos en el sistema político y en el sistema de partidos.
2. Los golpistas dicen que lo hicieron para salvar a los partidos políticos, ya que Zelaya quería destruirlos. Pero, de hecho, el golpe de Estado debilitó los viejos partidos y creó condiciones para que surgieran nuevas opciones como Libertad y Refundación (LIBRE) y el Partido Anticorrupción (PAC), hoy convertidos en la segunda y cuarta fuerzas políticas del país, respectivamente. Sucedió lo contrario de lo que los golpistas perseguían.
3. Dijeron que lo hicieron para proteger a los grandes medios de comunicación, porque Zelaya quería debilitarlos. Pero ha ocurrido lo contrario: la migración de las audiencias de los grandes medios de comunicación radial y televisiva hacia medios de carácter alternativo. Muchos medios considerados pequeños o regionales tienen hoy más audiencia que los grandes.
4. Dijeron que lo hicieron para detener a [Hugo] Chávez, que se proponían “pelear” abiertamente con él. Terminaron peleando con el mundo entero, hasta con Barack Obama, quien personalmente condenó la ruptura del orden constitucional.
“Así que el golpe fue un fracaso total. Yo participé como representante del Presidente Zelaya en las negociaciones con los golpistas para revertir el golpe y buscar una salida política adecuada ante la crisis. Solía preguntar a mis interlocutores golpistas sobre el fiasco histórico que representaba el golpe en términos de resultados concretos. No alcanzó ninguno de sus objetivos estratégicos. Al final, lo que produjo fue una población menos controlable, más crítica y más demandante. Produjo también lo que tenemos hoy: el país con los peores índices de inseguridad en América, con más pobreza y menos democracia. Estas son las lecciones del golpe de Estado.
“En cierta ocasión escribí que Honduras necesita, y tiene el derecho a una nueva derecha, porque la que actualmente tenemos, o padecemos, es arcaica y troglodita, es una derecha tradicional, decimonónica. No pertenece a nuestro tiempo, está atrapada en el pasado. Carece de ilustración y de modernidad. Es una derecha cavernaria, incapaz del diálogo positivo y el entendimiento mutuo. No tiene tolerancia ni flexibilidad. También hay una cierta izquierda igualmente atrasada y encasillada en antiguos dogmas y prejuicios. El país requiere nuevos aires, un nuevo aliento que traiga frescura ideológica y pensamiento renovado. El golpe, sin quererlo, generó corrientes de cambio en el mundo cultural y político de Honduras.
“Estoy más satisfecho con la sociedad de lo que lo estaba antes del golpe: hay un espíritu más crítico, energía política, participación social y un interés renovado en la política. Éste es un fenómeno nuevo en Honduras (no en América Latina): el rechazo a los políticos tradicionales pero no a la actividad política en sí misma.
“En cuanto a la libertad de expresión, la gente en Honduras es ahora crítica, pero el Estado está más interesado en controlar la libertad de pensamiento. El golpe de Estado reforzó las tendencias autoritarias dentro del Estado. Ha habido un resurgimiento de la militarización en Honduras que ha provocado un deterioro de la situación de los derechos humanos y que ha limitado la libertad de expresión.
“O sea que, como en un extraño círculo dialéctico, nuestro país ha avanzado cultural y políticamente después del golpe de Estado pero, al mismo tiempo, ha retrocedido en cuanto a derechos humanos, libertades cívicas y expresión libre del pensamiento. Avances y retrocesos, ésa es la dinámica contradictoria generada en la Honduras posgolpe.”
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