Las posiciones arquetípicas en torno al debate sobre internet y democracia y cómo la concentración en pocas compañías del ecosistema digital y su modelo de control sobre los datos los posiciona como gatekeepers de la información.
Este artículo fue publicado originalmente en observacom.org el 21 de noviembre de 2019.
En la agenda noticiosa ha predominado una mirada sobre el impacto negativo de Internet sobre nuestras democracias, por ejemplo respecto al papel de las grandes plataformas en la desinformación, pero este enfoque deja de lado los impactos positivos que Internet. Desde este punto de partida, Juan Ortiz Freuler (investigador afiliado al Centro Berkman Klein para Internet y Sociedad de la Universidad de Harvard) analiza las posiciones arquetípicas en torno a este debate y cómo la concentración en pocas compañías del ecosistema digital y su modelo de control sobre los datos los posiciona como gatekeepers de la información.
Ortiz Freuler sostiene que es posible identificar tres posiciones en el debate sobre el impacto de Internet: los negacionistas (aquellos que niegan que Internet sea responsable de los problemas actuales y creen que, por su propio diseño, Internet conduciría a un mundo más justo), los narrativistas (creen que Internet, como espacio de coordinación descentralizada de distintas voces, socava a los intermediarios tradicionales, multiplicando grupos de interés focalizados limitados en su impacto a lo largo de tiempo) y los arquitectónicos (Internet no es una estructura fija y los problemas actuales se deben al proceso de centralización).
El autor plantea que, si bien las tres posturas presentan argumentos interesantes, el nudo de la cuestión tiene que ver con la concentración del ecosistema digital y el modo en que afecta la circulación de discursos.
“Un puñado de compañías privadas controla la información que se necesita para comprender cómo funciona el ecosistema digital. Son dueños de la infraestructura clave y emplean a la mayoría de los expertos para que la administren…luego de exigirles que firmen acuerdos de no divulgación. (…) El control sobre los datos clave permite a estas empresas desempeñar el papel de los titiriteros de sombras. Tienen el poder de revelar aquellas porciones de la realidad que encuentran convenientes, mientras mantienen ocultas aquellas secciones que podrían minar sus intereses. Y así, definen los contornos de aquello que el público en general, sus representantes y los reguladores, perciben como el espacio digital. La escasez de información, por lo tanto, no es sólo la consecuencia natural de la novedad de Internet o sus características. Es también una escasez creada artificialmente y con fines estratégicos: Moldear la opinión pública para obtener ventajas corporativas”, concluye.
A continuación compartimos el artículo completo de Juan Ortiz Freuler publicado en Medium.
Tres perspectivas sobre la relación entre internet y democracia
En los últimos años el impacto negativo de internet sobre nuestras democracias ha comenzado a dominar el ciclo noticioso. Facebook y Twitter fueron acusados de facilitar la difusión de información falsa. En octubre de 2018, el periódico brasileño Folha reveló cómo la candidatura de Bolsonaro se benefició de una campaña coordinada de desinformación realizada a través de Whatsapp, propiedad de Facebook. Y hay una creciente preocupación de que esta táctica será utilizada para impactar sobre las elecciones generales de otros países.
En este contexto es fácil pasar por alto que Internet también desempeña un papel en el fortalecimiento de la democracia. Internet, por ejemplo, facilita la movilización ciudadana: Le brinda a las masas acceso a un medio de comunicación que es particularmente eficaz para que distintos colectivos sistemáticamente excluidos compartan sus historias, exploren sus identidades y revelen incómodas verdades sobre las dinámicas de poder. Internet le permite a estos grupos visibilizar que sus padecimientos no son una mera colección de casos aislados, como a menudo los representa el poder. Más bien, los patrones que se vuelven visibles evidencian que se trata de discriminación sistémica.
Es así que existe un considerable desacuerdo sobre el saldo neto, la amplitud y los procesos subyacentes que determinan el impacto de la Internet. Pero podríamos sintetizar las posiciones en el debate mediante tres arquetipos: los negacionistas, los narrativistas y los arquitectónicos.
Negacionistas
Los negacionistas niegan que la Internet sea responsable de los problemas que observamos hoy. Creen que la Internet es neutral como un espejo y que, si a la gente no le gusta lo que allí encuentra, debería enfocarse en la profunda desigualdad que aqueja a nuestras sociedades.
Dicen que en un mundo conectado, en donde las personas pueden coordinar movilizaciones masivas con relativa facilidad, la tolerancia ante la injusticia es menor, y nuestras sociedades injustas se han vuelto insostenibles. Así como algunos afirman que la imprenta precipitó el colapso del feudalismo, la autopista de la información que llamamos Internet llevará al colapso de aquellos sistemas que demoren sus políticas de inclusión, igualdad y justicia. Las tensiones sociales que podría estar disparando la Internet no sólo están justificadas, argumentan, sino que sólo pueden resolverse mediante reformas políticas. La Internet permite que las personas se unan para luchar contra la injusticia, y debe entenderse como una aliada de quienes quieran impulsar un sistema más justo. En resumen, su mensaje es que debemos atacar a la injusticia, no a la Internet.
Este grupo incluye a muchos analistas que cubrieron la Primavera Árabe. En particular, aquellos que argumentaron que, por diseño, la Internet inevitablemente conduciría a un mundo más justo. También parece ser una descripción adecuada de activistas de izquierda y derecha que explican su éxito electoral como el resultado de una estrategia basada en la Internet. Una plataforma que les permite una comunicación directa y fluida con quienes fueron olvidados por las instituciones y los medios tradicionales… y quieren ver cambios.
Narrativistas
Los narrativistas afirman que la cooperación social requiere de un relato común, y que la Internet, donde miles de voces se superponen de manera caótica, socava este objetivo. Señalan, por ejemplo, la forma en que el micro targeteo de la propaganda política permite a candidatos y candidatas difundir mensajes diferentes -y con frecuencia contradictorios- a distintos colectivos.
Los narrativistas también enfatizan que la coordinación descentralizada que facilita Internet ha socavado a los intermediarios tradicionales, como los partidos políticos y los sindicatos, promoviendo así la germinación de miles de grupos de interés con objetivos mucho más acotados, y que a menudo son incapaces de coordinar acciones, limitando su capacidad de impacto duradero.
En el pasado, los intermediarios del poder tradicionales establecían plataformas amplias bajo las cuales agrupaban de manera consistente una gran variedad de ideas y demandas. Hoy en día, argumentan, la Internet está alimentando un sistema caótico, donde el micro targeteo de propaganda le permite a los líderes hacer promesas a una amplia gama de grupos de interés sin explicar cómo cada promesa encaja dentro de un marco de teórico más amplio. En resumen, su mensaje es que, lejos de la comunión de personas, la Internet permite que las personas se aíslen en grupos cada vez más pequeños y con intereses cada vez más acotados, limitando la posibilidad de coordinación necesaria para sostener proyectos de gran escala, como son los estados nacionales.
Este campo incluye a directores y editores de muchos medios de comunicación tradicionales, que a menudo se apoyan en los argumentos desarrollados por expertos de universidades del Reino Unido y los Estados Unidos.
Arquitectónicos
Los arquitectónicos afirman que la Internet no es una estructura fija, y que podemos trazar la causa de nuestras inquietudes actuales a procesos que de manera relativamente recientes han modificado la arquitectura de la Internet: la centralización. Se estima que hoy Google y Facebook son intermediarios con capacidad para influir sobre más del 70% del tráfico que circula a través de la Internet.
En sus orígenes, la Internet no contaba con intermediarios como los actuales, y un mercado abierto de ideas orgánicamente tendía a promover la difusión de contenido de calidad. El diseño original de la Internet creaba incentivos para que las personas prestaran atención a la calidad del contenido que generaban y compartían. El tráfico que recibían dependía de ello: básicamente que terceros pongan un enlace en sus sitios web invitando a que sus lectores visiten nuestra página web.
En contraste, la concentración de empresas que se apoyan en la venta de publicidad ha llevado a que se priorice la difusión de contenido que es explosivo, pero no necesariamente de calidad. El objetivo pasó a ser que el usuario se mantenga conectado para bombardearlo con publicidad.
A su vez, el sistema original era descentralizado y requería de usuarios activos. El puñado de compañías que actualmente están posicionadas como intermediarias utilizan algoritmos avanzados para ordenar y canalizar el contenido para el consumo de usuarios que están siendo empujados hacia la pasividad. Mientras que años atrás los usuarios remaban, clic por clic, a lo largo de una web abierta; cada vez son más los usuarios se encuentran dentro de jardines amurallados, rumiando el contenido que les fue preparado y servido por algoritmos secretos.
Mientras que bajo el sistema descentralizado que proponía la web abierta los problemas eran locales y fáciles de neutralizar, el proceso de centralización hace que los problemas se esparzan como incendio en un pastizal. Además, los incentivos perversos que genera el modelo de negocios basado en publicidad hace que estos problemas parezcan más una característica del sistema que un bug. Demasiado poder está en muy pocas manos y el modelo de negocios basado en publicidad está haciendo que estos intermediarios se comporten como pésimos administradores de dicho poder.
El colectivo arquitectónico a menudo se apoya en los documentos y posiciones de los arquitectos originales de la Internet, así como en una nueva generación de líderes, que creen que las tecnologías blockchain pueden ayudar a reemplazar a estos problemáticos intermediarios.
Entonces, ¿quién tiene razón?
Cada uno de los tres campos presenta argumentos interesantes. A primera vista, hasta parece que estos tres arquetipos son parte de aquella fábula de los ciegos y el elefante: cada uno enfocado en aquello que se encuentra al alcance de sus manos, pero incapaz de comprender o explicar el panorama general.
Sin embargo, la realidad podría ser más sombría. Un puñado de compañías privadas controla la información que se necesita para comprender cómo funciona el ecosistema digital. Son dueños de la infraestructura clave y emplean a la mayoría de los expertos para que la administren…luego de exigirles que firmen acuerdos de no divulgación. Por lo tanto, la Alegoría de la Caverna, de Platón, podría ser una metáfora más apropiada. El control sobre los datos clave permite a estas empresas desempeñar el papel de los titiriteros de sombras. Tienen el poder de revelar aquellas porciones de la realidad que encuentran convenientes, mientras mantienen ocultas aquellas secciones que podrían minar sus intereses. Y así, definen los contornos de aquello que el público en general, sus representantes y los reguladores, perciben como el espacio digital. La escasez de información, por lo tanto, no es sólo la consecuencia natural de la novedad de Internet o sus características; Es también una escasez creada artificialmente y con fines estratégicos: Moldear la opinión pública para obtener ventajas corporativas.
¿Debemos enfocarnos en romper estas grandes empresas? ¿Debemos permitirles seguir creciendo, pero bajo reglas estrictas, como si brindaran un servicio público? No hacer nada es tan sólo una de las políticas posibles. Y merece el mismo escrutinio que las opciones anteriores…
Cualquiera sea la decisión, ésta debe ser el resultado de un debate público robusto. Uno que se apoye en la mejor evidencia disponible sobre los efectos que Internet está teniendo en las relaciones de poder. Un debate capaz de definir el conjunto de acciones que mejor servirían al interés público. En resumen, en este momento, necesitamos que la información clave se haga pública y esté disponible para el escrutinio del pueblo. Pero la información es poder, y es improbable que quienes la controlan estén dispuestos a entregarla voluntariamente. Esto podría requerir acciones por parte del Estado.
Cuando la producción de alimentos se industrializó, observamos una reacción por parte del Estado: la creación de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT), encargada de monitorear y divulgar información sobre el cumplimiento de estándares de calidad. Cuando el Estado se volvió demasiado complejo para que el ciudadano medio pudiera navegar su burocracia o entender los detalles de cómo se estaban ejecutando ciertas políticas observamos una reacción por parte de los mismos Estados: los ombuds (Defensorías del Pueblo) comenzaron a brotar y replicarse a lo largo del mundo. Como órgano independiente, a los defensores del pueblo se les asignó el deber y el poder para investigar el funcionamiento del aparato estatal e informar al público sobre asuntos que pudieran afectar sus derechos e intereses.
La situación actual requiere explorar reformas institucionales igualmente audaces. Reformas enfocadas en garantizar que las empresas tecnológicas pondrán a disposición del público los datos necesarios para que se pueda llevar adelante un debate público robusto.
Existe una brecha entre los espacios de poder y los espacios donde operan las instituciones diseñadas para controlar que dicho poder sea ejercido en pos del bien común. Y esta brecha continúa expandiéndose. Nuestras instituciones se están revelando como incapaces de asegurar que los líderes elegidos democráticamente podrán honrar sus promesas de campaña. Demasiado a menudo pareciera que no tienen el poder para hacerlo. Este patrón de fracasos es lo que en última instancia provoca tensiones sociales y socava la confianza en nuestras democracias. Necesitamos que nuestras instituciones interpreten estas tensiones como señales de alerta y un llamado para la configuración de un nuevo contrato social. Este escenario no es particular al debate sobre la digitalización. Sin embargo el espacio digital es donde esta brecha se está volviendo más visible, y en función del papel cada vez más central que juega Internet en nuestras vidas, quizá sea el área en donde la brecha requiere mayor atención.
Si nuestras instituciones de gobierno no son capaces de ofrecer garantías de que la revolución tecnológica pondrá a la población (sus derechos e intereses) en el centro de escena, tarde o temprano estas instituciones se volverán irrelevantes.